Heme aquí sentado en una mesa de roble, con buen ánimo y hasta júbilo dirían algunos; dispuesto a comenzar esta epístola a vosotros, venerables hermanos esféricos, marinos que acumulan larga experiencia en sus venas y conocimientos negados a los náufragos que quedaron en tierra.
Algún día visualizaremos un paraíso perdido y gozaremos de buen viento en la popa de nuestros barcos, pues en verdad os digo, oh hermanos, que todo llega al que sabe esperar, al que fija la mirada en el horizonte y sueña, y al que tropieza con una piedra y sabe levantarse sin apenas inmutarse.
Los días aciagos, la confusión y el caos reinante en nuestra sociedad confunden la idea de verdad. Nosotros, descubridores de nuevos caminos de conocimiento abrazamos noblemente una verdad con muchas caras, que se refleja en espejos rotos y que nos ayuda a caminar haciendo camino, dejando un rastro de razón, fé y conocimiento, en una suerte de totus tuum.
Y escucharme cuando os digo que nuestro tiempo está próximo, el aire trae olores de abundancia y de suerte y en nuestra mano está seguir el mejor rastro. Nuestros bergantines ya no llevan dos mástiles, llevan ya cuatro palos, pues contamos con nueva madera, creada a partir de la ilusión, el conocimiento y la bondad forjada en nuestros corazones. Sabed que nuestros bergantines son ya goletas que desafían las tempestades y que podrían denominarse bricbarcas para el ojo experto y entendedor.
Señores y señores, hemos surcado la desesperación y los males de este siglo XXI bajo distintas formas y apariencias. Hemos llevado sombreros de ala ancha y capas de negro terciopelo. Desde las barriadas de pescadores nos hemos adentrado en majestuosas metrópolis para descubrir que el verdadero valor de la vida está, a nuestros ojos, en las ilusiones que se venden en forma de pequeño elixirs.
Sabed además, honorables hermanos ciudadanos, que la ignorancia es suculenta y atractiva a los ojos de nuestra flota, mas rendirse es cosa de cobardes y nunca el camino de la felicidad se vió libre de trampas y contratiempos. Vuestras cicatrices y vuestras manos agrietadas no son más que un recuerdo de un tiempo pasado, un testamento de conocimiento con el que medir a los hombres y al mundo entero.
Vosotros, hijos piadosos de las esferas, que observáis desde las sombras como gira el mundo y sus habitantes sabéis mejor que nadie dónde fijar nuestro rumbo. Que nos os tiemble la mano, que con tanta seguridad ha mantenido el timón hasta ahora. Es cuestión de tiempo que encontremos nuestro mar, que oculto en el horizonte espera la llegada de los iluminados hijos de las esferas.
Junto a vosotros, buscaré ese otro mar, esa nueva tierra en la que la realidad no es sueño de sueños sino una constante revelación de gozo.
Sabed, por último que nunca navegaréis solos, pues la fuerza de los corazones de los ángeles que os acompañan os iluminarán siempre el camino que muchas veces pueda tornarse engañoso o poco fiable.
15 de septiembre de 1743
Lord Alan Mckintel, cápitan de la fragata "Ad Aeternum".
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